Los venezolanos llamamos guayabo a la sensación de despecho. Esa que aparece cuando te arrancan algo de golpe, típica del abandono de un novio adolescente, profundamente hiriente y que solo se supera con el tiempo -aunque siempre se puede apostar por enfrentarlo con un buen vaso de whisky-.
El miércoles aproveché la mañana para recoger el cuarto de Alejandra. Revisé todo lo que tenía, distribuí en paquetes lo que tenía que devolver, guardé lo poco que ya no le queda, y puse en una bolsa lo que tengo que regalar. Organicé también los papeles que estaban regados: los informes médicos del pediatra de Ale, los míos -del embarazo-, los estados de cuenta, los recibos de telefónica... Recordé cada momento de nuestra estancia en Pamplona.
En la tarde me sentí un poco mal: dolor de cabeza y náuseas, además de las típicas ganas de llorar. Armando me diagnosticó primero:
tienes un año y medio planificando la vuelta ¿y ahora te vas a "romper"?. Luego me diagnosticó Mónica:
es que has conocido gente encantadora -haciendo una clara autoreferencia-
y aunque digamos que nos volveremos a ver, sabemos que cruzar el Atlántico no es cosa fácil.
Sin duda, desde ya, estoy
enguayabada. No me ha quedado más que recetarme: ¡Cuando llegue a Venezuela ahogaré mi guayabo en las playas del Caribe!
4 comentarios:
ay, dejá de romperme el corazón, desalmada bolivariana!!!!
No hay que pensar en el jamás, jamás.
(es viernes, ultima hora, por primera vez en el día me siento bien y sólo sé comentar pavadas)
mae
Convendrás conmigo en que también has conocido gente vil y despreciable, verdaderos zánganos bastardos que no tienen sangre Lombardi, ¿no es así?
Bueno, seguramente hayas conocido gente de todo, pero espero que te lleves el recuerdo de lo bueno y no de los zánganos de Pecé.
El remedio está bien, de todos modos: playas caribeñas con whisky norteamericano, jejejeje :D
Abrazo!!!
jajaja. Los que no son de sangre Lombardi, no son de sangre Lombardi. Hay que vivir con eso.
Cao, me llevo los mejores recuerdos.
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