martes, 30 de junio de 2009

La tristeza de quien no entiende nada

Yo me quedo sorprendida de lo capaces que somos de equivocarnos hasta lo más profundo del abismo de la equivocación. En este continente donde uno se la pasa tan bien queriéndose arrebatadamente, hay espacio para las más retorcidas aberraciones. El dictador, el gobierno personalista, la nueva moda de "instalarse" en el poder porque nadie-como-yo, que no es más que una Latinoamérica dictatorial reloaded, son apenas las más lejanas e impersonales consecuencias de vivir en esta sociedad que saca las peores cosas de lo peor que tiene.
Vivir el chavismo en Venezuela me ha hecho conocer cómo es que la tan admirada y poderosa comunidad internacional no sirve para nada. Sirve para lo que no queremos que sirva. En Venezuela se cometen atrocidades, una tras otra, día tras día, minuto tras minuto... y la comunidad internacional nada puede hacer... porque hay intereses, porque Chávez tiene poder.
Evidentemente no soy analista político, ni historiadora, ni internacionalista... no quiero serlo tampoco. Pero no deja de impresionarme, humanamente, cómo somos capaces de hundirnos y con nuestro peso traer a otros. Me pregunto si en esta dinámica hay alguna oportunidad para el sensato, para el culto, para el que acierta, para el que sabe, para el que no está equivocado, para el que habla sabiendo lo que dice. No la veo ni la encuentro, veo a mi alrededor gente rara cerrando las calles de una ciudad embotellada con pancartas que dicen "Honduras, resiste". Se me desploma el alma, y me pregunto qué diantres piensa esa gente... no porque esté a favor o en contra de tal o cual cosa de Honduras, sino porque ¡nos están matando en la calle, a todos, a chavistas y opositores! un hampa que crece desmedidamente. Nos están quitando los mejores años de nuestras vidas, están mutilando a nuestras familias y, lo peor de todo, nos están utilizando en nuestra condición de pobre pueblo pobre.
Tengo, debo decirlo a escondidas en esta nota negra, la esperanza de quien se sabe hija de Dios. Eso sí que no lo arrebata nadie.

lunes, 15 de junio de 2009

De todo

Mi vida está llena de recuerdos hambrientos... recuerdo el hambre que pasé cuando nos fuimos de mochileros por Europa; recuerdo el sabor de la sopa de mi abuela, y de la salsa de carne de mi madre. En Pamplona recordaba a cada rato el sabor de las hallacas, del queso guayanés, del aguacate de La Candelaria, de una buena parrillada... Y de tanto recordar me mataba el hambre.
Con el embarazo mi apetito creió a ritmos desproporcionados. Es un recuerdo abrasador; pero el mejor es el del 15 de septiembre, primer día que Alejandra habitaba fuera de mi panza, cuando comí un plato de garbanzos y ¡quedé satisfecha! Tenía nueve meses sin sentir esa saciedad...

Así como la frase de mi amigo peruano, no logro dejar en el olvido la expresión de nuestro obstetra plamplonica, que en la primera cita de control del embarazo me dijo tajante: "¡usted no está enferma, puede comer de todo!"
En la cita siguiente, cuando bajaba de la balanza, sentenció: "yo le dije que podía comer de todo, no que se lo comiera todo.

lunes, 8 de junio de 2009

De a poco


Un buen amigo me enseñaba a preparar causa peruana, y viendo lo que se avecinaba me advirtió:
Cuando se prueba para verificar la sazón, hay que probar de a poco, porque siempre se corre el riesgo de terminar comiéndose todo el plato antes de tenerlo listo.

Qué hambre tenía.

martes, 2 de junio de 2009

Una vuelta más

Encontré un amigo en el avión: un estudiante de ingeniería de la Universidad de Navarra, venezolano, venezolanísimo, que se fue a probar suerte haciendo la carrera en el exterior. Pronto nos pusimos en confianza, y me preguntó cómo había sido la vuelta después de vivir afuera. Desplegué mi discurso que-no-ofende-a-nadie, que considera los argumentos del que emigra y que consiente la alegría del que se decide a volver. Le dije que en definitiva aprendimos a valorar lo mejor de aquí y lo mejor de allá, y al final, muy al final, me permiti ser sincera y le dije que no cambio mi tierra por otra y que no soporto vivir lejos.
Era justamente lo que él estaba buscando. Mi discurso racional se dio de golpe con su sensación de vuelta: y ese olor de La Guaira, es como el olor del calor… apenas bajar del avión me hace sentir en casa.
Que alegría concretar la añoranza en el encuentro con la familia, con la cama, con la cocina, con el techo de la habitación que se mira antes de dormir, con la mesa, con el salón… con la vida que habita en mi casa.

lunes, 1 de junio de 2009

Los hijos

Toda la vida la pasó convencida de la idea progre de que los hijos vienen cuando uno quiere. Aquella amiga le dijo un par de veces que eso era mentira: que los hijos vienen cuando Dios los manda.

Un buen día decidió que ya era hora de que Dios le mandara los hijos… y se puso a buscarlos. En el intento reiterado cayó en cuenta de que aunque los quisiera, y aunque lo intentara, es Dios -siempre Dios- el que los manda.

Y se puso a pedirlos, más que a buscarlos. Y mientras pedía le decía a Dios que se había equivocado, que es cierto que los hijos no vienen cuando uno quiere, sino cuando Dios los manda.

Y Dios, que no se deja ganar en generosidad, viéndola convencida… se los mandó.