lunes, 23 de febrero de 2009

Carnestolendos


Con el carnaval llegan los disfraces y hasta que no se es madre -al menos yo- uno vive en la ignorancia de toda la industria que se halla detrás la inocente intención de disfrazar a los chiquitines. De lo que no tengo duda es de lo bien que se lo pasan los niños poniéndose en los zapatos de algún superhéroe. Mis primos, que son gemelos -una niña y un varón-, lo vivieron a tope:
Apenas salir de la casa, la conserje del edificio los ve y exclama:
¡Mira quiénes están aquí: El Zorro y la Princesa!
Ellos caminan con emoción, se montan en el carro y César comenta:
¿Viste, mami, la engañé? ¡Ella cree que yo soy El Zorro!

Luego, a la vuelta de la fiesta en el colegio, César le cuenta a su mamá:
-Mami, en el cole había otro niño disfrazado de El Zorro.
-¡Ah, sí! Qué bien.
-Pero ése tenía bigotes...
Ooops.

jueves, 19 de febrero de 2009

Soy una vaquita




¡Lista para la fiesta de carnaval!

lunes, 16 de febrero de 2009

El futuro


Estoy segura de que si mi mamá hubiera sabido que en el mejor momento de mi vida productiva iba a vivir en este país determinado por un gobierno en particular, se hubiera pensado dos veces tenerme. Digo que estoy segura porque hoy en día es muy común decir que "no se pueden tener los hijos en estas realidades inciertas", "que se quiere un mejor país para los hijos", o "que no se quiere ver crecer a los hijos en estas sociedades".
Es cierto que cuando veo realidades tan contundentes como la del domingo, miro a Alejandra dormida y pido a la Providencia el mejor de los mundos para ella. Pero la verdad es que yo tampoco sé qué será de Venezuela, ni de Alejandra, de aquí a treinta años.
Mi mayor aprendizaje de esta realidad adversa es el mismo siempre: hay que ser feliz en el corazón, en el alma. Que no tengamos después que cobrarle a Chávez, nuestras decisiones equivocadas.

jueves, 12 de febrero de 2009

Besos para mamá


Alejandra aprendió, ya hace muchos meses, a tirar besos. La primera versión fue así, al aire, en Pamplona. Luego, en Madrid, aprendió a ponerse la mano sobre los labios y "lanzarlos" a la gente. Aquí en Caracas ha aprendido a controlarlos y ya no tiene que prepararse tanto para producir el efecto.
Ayer, jugando con unos animalitos de plástico muy pequeñitos la invité a que me imitara. Le di un besito a cada animalito y ella se los fue acercando uno por uno a la boca y le dio un besito a cada cual. Me pareció el momento indicado para pedirle uno para mí.
Le di un beso en la mejilla y le puse la mía muy cerca de su boca para que me imitara. Respuesta: un "no, no, no" verbal, acompañado con el movimiento propio de cabeza. La verdad es que me dio mucha risa su rotunda negativa.
Hoy, al despertar, nos acostamos un rato en la cama mientras ella se tomaba su vasito de leche. Volví a pedirle un beso, acerqué mi mejilla y después de pensarlo unos segundos, ¡me lo dio! Aunque volví a insistir, pidiéndole más, no lo conseguí... Hoy me paso el día pensando en el primero y único beso de mi hija.

jueves, 5 de febrero de 2009

Al cole


Todos te lo dicen: ¡más sufre uno que ellos! Y yo, que sufro, me ocupo de que los demás no vean que sufro demasiado para que ellos no sufran tanto... Tamaño trabalenguas para superar los primeros días de Ale en la guardería.
Después de mucho tejer planes para evitarlo, sucedió como todo: Providencial. Apareció el problema -ya no la puedo cuidar-, a la media hora apareció una solución balurda* -tendrías que ausentarte del trabajo un día y medio, en total-, a los quince minutos: la idea sensata -¿y si la metemos en la guardería?-, al rato: la disonancia -qué va a haber cupo a estas alturas del año-, al mediodía: el cupo... y ya no había vuelta atrás.
El primer día nos fuimos todos... a llevarla un rato. Alejandra se dio cuenta de que querían abandonarla y lloró hasta que no pudo más, hasta que nos convenció de llevárnosla, porque era todavía muy pronto. "¿Qué tal si mañana no hacen tanto show?", me sugirió el director. Lo comprendí. Había que asumirlo, y al día siguiente me fui con ella, solas. Y la dejé, y no lloré. Respondí con entereza las llamadas de tíos, tías, abuelos y abuelas. Está bien, se quedó llorando, pero seguro la ha pasado bien cuando se olvidó de mí.
El segundo día fue igual... se quedó llorando. Pero ese día sí que lloré. Lloré a todo pulmón, casi como Ale, pero en el carro, en medio de un embotellamiento caraqueño. ¿Qué podía hacer? ¿devolverme? ¿buscarla, dejar el trabajo y quedarnos juntas para siempre?.. La idea me hizo ojitos, pero era hora de asumir que no pasaba nada.
Han pasado cinco días y Alejandra dice palabras a toda velocidad. Repite, baila y ¡escupe el agua que se toma! Todo lo ha aprendido allí... Aunque parezca apresurado, la veo un poco más desenvuelta.
Yo tengo la lágrima a punta de ojo... pero me convenzo que ésta es apenas una de las muchísimas y diarias decisiones que habré de tomar sin compadecerme.
*Versión venezolana de "palurdo"; de ahí que no sepa si va con "b" o con "v"