jueves, 28 de agosto de 2008

Los ganchos (las perchas)


Desde algún sitio nos observa un grupo importante de ganchos para colgar la ropa de Alejandra. Están aquí, en casa, o en la casa de mi mamá. Yo digo que están allá porque estoy segura de que ella no me los dio. Ella dice que están aquí, porque asegura que yo me los traje. Yo busco en secreto en todos los clóset de su casa. Ella, discreta, se asoma en la maleta del carro, en los gabinetes de la cocina.
El asunto es que ellos deben sonreírse cada vez que nuestra mirada pasa sobre el sitio donde están y no los vemos. Por están en algún sitio. Ni siquiera escondidos, sólo están allí, imperceptibles.
Mientras tanto, los vestidos de Ale siguen amontonados en el armario que trae su cuna.

domingo, 24 de agosto de 2008

En casa



Los caraqueños tenemos la suerte de poder ver desde casi toda la ciudad el majestuoso cerro que la bordea por el norte. Yo tengo la muy rara suerte de poder verlo desde casa, porque a pesar de vivir en uno de esos edificios altos que pareciera chocarse con los otros que están cerca, mi balcón asoma por un huequito que nos lleva hasta él.
Así ha sido nuestra vuelta. El día 3 de agosto desayunábamos en nuestra mesa, en el balcón, mirando El Ávila, comiendo queso blanco con arepas, sacando la cuenta de lo rápido que se pasó todo y con un tercer miembro en la familia.
Caracas nos ha recibido amable. No podemos decir otra cosa. Abuelos, tíos, primos, amigos cercanos y lejanos han venido "en procesión" a ver a Alejandra, con mucho afecto y con muchos regalos también.
Armando dice que vivir aquí es como manejar bicicleta... no se olvida. Abro los gabinetes de la cocina sin pensar y allí encuentro mis cosas; manejo el carro sin prever la ruta, me dejo llevar y llego donde quiero; meto la mano en e bolso -casi intacto desde que lo dejé- y consigo las llaves de casa de mi mamá, abro el portón del estacionamiento y paro el carro como lo hacía siempre.
Ahora le enseñamos a Alejandra a vivir en esta ciudad, y le enseñamos también lo sabroso que es ir a comer a casa de los abuelos los domingos, jugar con los juguetes de Santiago, ir a todos lados en carro... otra vida.
PD. La primera foto es la vista de mi balcón. La segunda, es la vista verdadera... ¡tras las rejas!