viernes, 3 de abril de 2009

Quién dijo justicia


Este blog intenta ser sobre mi vida, sobre mi condición de mamá y sobre todo sobre Alejandra. Pero vivir en Venezuela es vivir en Venezuela, y la verdad es que creo que mucho de lo que estamos viviendo sucede por el empeño de muchos de preocuparse únicamente por su propio bienestar.
Hoy se ha dictado sentencia a doce funcionarios policiales implicados en los hechos del 11 de abril de 2002. Tras un juicio de seis años se les condena a treinta años de cárcel, la pena máxima en la legislación venezolana, a los más importantes de los procesados. Esta sentencia es alarmante si se enfrenta al juicio de dos meses que se les dispensó a los pistoleros oficialistas cuyas imágenes disparando contra toda una manifestación ha recorrido el mundo. La sentencia para ellos: la libertad plena.
Hoy estamos todos -no tengo duda- asqueados, pero sentados en nuestras casas, lamentándonos del inexistentísimo Estado de Derecho.El problema de Venezuela no es Chávez... es el shakirismo... que nos tiene la cabeza en otra parte. Hoy tres hogares se han quedado sin padre por 30 años y nosotros estamos preparando el viaje a la playa para aprovechar la Semana Santa.
Estoy muy llena de rabia, y la verdad me llena el alma la confianza en la justicia de Dios. Porque el problema del pecado no es sólo el pecado, es negar a Dios y no querer verle la cara... nada peor que eso.
*La imagen es de los comisarios Henry Vivas, Iván Simonovis y Lázaro Forero. Se la comparten casi todos los medios, pero la he tomado de el-nacional.com

miércoles, 1 de abril de 2009

Permiso para salir, mi comandante

Hace un par de semanas leía "Tres tazas y nada de caldo" en el ya muy famoso blog de Yoani Sánchez. Me preguntaba con dolor cómo es que los habitantes de todo un país pueden vivir sabiendo que se hallan presos en un territorio y que dependen de la autorización de alguien sin rostro para poder visitar otra nación. La sola idea me deja atrapada pensando en que el ser humano nunca está a salvo del todo de sí mismo.
Un día después, me hallaba sentada debajo de un kiosko de fiesta, haciendo la fila para poder acceder al servicio de "atención al público" de la Comisión de Administración de Divisas (CADIVI). Mientras hacía la fila, intentaba ver algo positivo: la chica que da los números es simpática, sus uñas acrílicas con dibujos de colores no están tan mal, qué bonita esa camisa roja y su gorra con propaganda, que solidario dejar pasar a los de la tercera edad, qué bonito este salón donde uno pasa a ver la señal de VTV... Pero en el fondo no estaba haciendo allí otra cosa que sacar un permiso para viajar, lo que desde cualquier óptica no tiene nada de positivo.
Aunque soy estudiante de doctorado y debo viajar con el único fin de hacer una estancia de investigación en Pamplona, no hay manera de que dentro del gran elefante que es Cadivi, alguien entienda que no puedo tener registro consular porque ¡no estoy viviendo allá!
Digan lo que digan, en Cadivi no quieren darme el cupo que me corresponde. No es tan difícil entender mi caso, entre otras cosas porque es moneda diaria entre los estudiantes de doctorado. Si no me dan el cupo para comprar moneda extranjera, no puedo hacer la estancia de investigación... ¿no es eso restringirme la salida del país, por el simple hecho de que no tengo suficiente dinero para comprar euros en el mercado negro?
Parece que exclusión siempre ha habido, lo que pasa es que ahora los excluidos somos nosotros.