jueves, 6 de marzo de 2008

Andrés, el tradicional


Hoy, por una acción que se repetía, recordé la visita de mi hermano a Pamplona. Estábamos en pleno otoño, y la ciudad le brindó colores extraordinarios. Andrés se decidió a cargar y a abrazar a su primera sobrina casi tres días después de su llegada. Con mucho miedo, se fue haciendo a ella, y al final tomaron la siesta de la mañana, juntos, en mi cama. También hizo gala de sus virtudes de hombre de mundo por las callejuelas del centro de Pamplona, y nos acompañó con unos pinchos en el bar Estafeta. Además de pasar un tiempo de calidad, de hermanos, que no pasábamos desde hace más de cinco años, Andrés descubrió, de pronto, cuánto se puede querer a un bebito "propio". Después de un viaje muy atropellado de ida y de vuelta a Nueva York, me escribió: "Manita, un pedazo de mi corazón se ha quedado en Pamplona, al lado de mi chiquidrácula". Alejandra es ahora un poco suya.

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