Unos manuales de educación infantil -de esos que tanto me gustan- dicen que es muy conveniente dejar que los niños jueguen solos y que se acostumbren a estar así. Otros, dicen que no hay que dejar a un niño demasiado tiempo solo, porque es la interrelación con sus padres lo que lo estimula y lo hace crecer. Como bien saben, yo leo muchos manuales y al final hago estrictamente lo que me ordena mi hija. De manera que ayer Alejandra tomó las riendas de su proceso formativo y se decidió a jugar sola. Mientras yo me daba golpes arreglando el formato del trabajo de investigación, ella se la pasó feliz de la vida con sus juguetes. Agarró el sol -que por el otro lado es espejo- y estuvo conversando con él. Lo último fueron las carcajadas. Oírla reírse con entusiasmo sin que eso me incluyera a mí o a Armando me resultó muy raro. Al final no sé lo que sentí: no sé si celebré su recién estrenada independencia, o si me entristeció ver que no me necesitaba para divertirse. ¡Mi pobre madre, cuánto habrá sufrido conmigo, su hija rebelde!
PD. La foto la tomé escondida, desde la puerta del cuarto. Fíjense que tiene su juguete preferido muy cerca.
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