Tanta ausencia no responde a otra cosa que al nacimiento de mi hija: Alejandra. Y la extensión de la ausencia se debe también a que estaba esperando que se me ocurrieran las mejores palabras, las más maravillosas que pudieran contar con cierta fidelidad todo lo que he vivido. Evidentemente, no lo he logrado. Aunque cada minuto de mis días con Alejandra están llenos de especialísimos afectos, no logro decirlo de la mejor manera. Así que voy a continuar con el blog y con la vida, y voy a reservar, sólo para mí, en mi corazoncito, las miradas de Alejandra, la maravilla que es el hecho de que me reconozca, el temor cuando la escucho llorar y no sé qué quiere, la alegría de verla tener un pequeño avance: descubrir que ahora se agarra de nuestros cuellos y nuestros brazos, como si nos abrazara; reconocer que es capaz de hacer un puchero, con el labiecito inferior; percatarnos de que ahora nos sigue con la mirada, y que pone cara de que nos reconoce; y disfrutar con cada una de las muequitas y gestos que hace a cada rato.
Alejandra es deliciosa. Esa es la palabra que mejor expresa lo que siento. Me llena los sentidos, todos, y me hace explotar el corazón, de tanto sentir, de tanto querer. Es más de lo que pueda decir, ya lo advertí.
Bienvenida, Ale.
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