No hay duda de que nuestra estancia en Pamplona ha estado definitivemente llena de compañías. Unas más estables, otras más bien errantes. Los viajeros que han pasado por nuestra casa han sido muchos, de los más diversos "niveles relacionales": una ex compañera del trabajo de armando, un exalumno mío, el novio de la excompañera, tres amigos de mi hermana (ahora, amigos nuestros), mi amiga de la universidad... y pare usted de contar... Luego, la familia: la hermana de armando, la prima de armando, mi mamá y los papás de armando. No hace falta aclarar que los abuelos vinieron con el fin principal de conocer a Alejandra; de ahí que se hayan quedado por estos lares un poco más que el resto.
Es obvio que las visitas siempre implican ciertos cambios en la rutina, pero no quisiera pensar ahora en eso. Prefiero reconocer -como me decía mi amigo peruano el otro día- que nuestra estadía en Pamplona ha estado convenientemente acompañada. No nos podemos quejar: hemos traído una sucursal de nuestra vida en Venezuela a nuestro pequeño hogar pamplonica. Y con las visitas hemos aprendido mucho, y hemos descubierto más: la inmensa generosidad de quien viene preocupado por nosotros, a hacernos compañía, a colaborar con nuestra economía, y a dejarnos buenos ratos. Alejandra ha sido la reina de la parranda, todos han venido con regalos, con afecto y con mucho sabor venezolano, para que sepa, desde ya, cuál es su verdadero hogar.
Además de las muchas visitas, también hemos descubierto "la grandeza de los países de sur"... jijiji. Nuestros amigos argentinos y uruguayos nos han brindado una atmósfera cálida en la que pasar nuestros días en Pamplona. Verdaderos amigos, enviados por la Providencia, que nunca abandona. De ellos hemos recibido muestras de la verdadera solidaridad, esa que pasa de ser una promesa de aliento, y se convierte en hechos: en chivas para alejandra, en visitas al hospital, en invitaciones a comer, en integrarnos a su vida muy generosamente.
Esta entrada me ha salido un poco cursi... pero no me queda más que agradecer a tanta gente y con ello, terminarme de hundir en el viscoso pantano de la cursilería.
Para aderezar, pongo una foto de los argentinos (y un par de uruguayos) comiendo arepas en casa. Todo, manufactura de la señora Olga, que nos hizo el favor de dejar bien paradas las arepas, el queso blanco y las caraotas.
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