jueves, 11 de septiembre de 2008

Del 13 al 14


Hace exactamente un año era trece de septiembre y me pasé el día "inventando" que había roto la bolsa. Esperaba ansiosa la llegada de Alejandra, pero ella no daba ninguna señal de que vendría pronto. Sin embargo, ese 13 me lo pasé haciendo bromas y recibiendo llamadas, respondiendo que todavía nada... Tuve un minuto de sensatez y le dije a mi mamá que quizá podríamos ir al hospital y decir tranquilamente que tenía sospechas de que ya había roto fuentes... para no quedarnos con la duda.
Pero pasaron las horas y Armando llegó de su curso y se hizo de noche y nos acostamos muy tarde viendo juntos un capítulo del Gran Hermano español, una guarrería que no me permitía concentrarme en que pronto saldría de cuentas.
Cerca de la una de la mañana, a la hora de dormir, se hicieron más insistentes mis dudas. Me daba miedo que de haber roto fuentes, se me pasaran las doce horas máximas que conviene esperar. A esa hora, en medio de encontronazos suegrísticos-yernísticos-hijaconstedísticos, salimos en taxi al hospital.
Así nos fuimos, sin el bolso, sin mis estampitas, sin nada... Armando desconfiaba, se quejaba de mi capricho, y yo estaba segura de que nos devolverían por "falsa alarma".
No sólo no nos devolvieron, sino que viendo que ya había pasado tiempo suficiente, decidieron inducirme el parto.
-Esto es muy largo... no vas a dar a luz ahora, ni en un par de horas -nos dijo la doctora de guardia-. Vayan a la sala de dilatación y allí deben esperar.
-¿y yo? -preguntó Armando.
-Usted, con ella.
-¿Y mi suegra?
-Su suegra, a la casa, a descansar... Eso no va a ser ahora, ni en unas horas.
Mi mamá tomó un taxi de vuelta. Con el alma en un hilo. Confiada en esas palabras... No valía la pena esperar allí.
Bajo la orden estricta de que no se le avisara a nadie hasta que ya supiéramos que la cosa iba bien, tan sólo le dijeron a Kharina, del otro lado del charco, que empezaban a correr las horas, que pronto nacería Alejandra.
Sentí pronto cómo prendían velitas. De verdad lo sentí.
Pasaron las horas y las horas. Amaneció y mi mamá llegó al hospital, con el bolso. Se sentó paciente afuera, a esperar que alguien saliera.
Yo estaba negada a la epidural, pero ya no pude con el cansancio. Como al mediodía del 14 de septiembre, pedí que me la pusieran. A partir de esa hora pude descansar un poco, y pudo descansar la mano de Armando, que apreté al mismo ritmo y con la misma intensidad de cada contracción.
Cuánto he dilatado... Apenas dos, tres centímetros.
Un examen, de rutina, para ver si la bebita está bien. Consiste en sacar sangre de la cabecita para medir un par de variables.
El primero de esos exámenes me lo hicieron sin haberme puesto la epidural. Fue muy doloroso. Pero allí supe algo de mi hijita: tenía mucho pelo. ¡Costaba sacar la sangre con el delgado tubo, porque su larga melena lo impedía!
-Cuando te digo que tiene pelo, es que tiene pelo largo -me dijo la doctora.
Siempre dieron bien los exámenes. Siempre tuve mucho miedo de que Ale no estuviera bien, después de tantas horas.
Siempre me quedará la impresión de que el médico y la matrona, ya a las cinco de la tarde del día 14 no estaban de acuerdo entre dejarme un rato más para ver si dilataba completo o hacerme cesárea.
La verdad es que yo rezaba mucho... al Cristo de Petare, que fue el único que llegó hasta allí, en la billetera de Armando.
De pronto, vino la matrona -digo yo que desesperanzada de mi dilatación-, me vio, me dio un par de instrucciones y lo dijo: ¡tú ya estás de parto! ¡vámonos a la sala!
De nuevo el "¿y yo?" de Armando. "Y tú te vienes con nosotros", dijo la matrona.
Armando se animó a ponerse del lado que saldría Ale. Bastaron quince minutos, un poco de esfuerzo, Armando la veía salir y yo veía su cara ilusionada... ¡Tiene mucho pelo!, me dijo antes de que yo pudiera saberlo.
Así de pronto nació Alejandra. La pusieron en mi barriga -ahora muy flácida-. Una sensación indescriptible: ¿No se mueve? ¡está morada! ¡Parece gelatina! ¿Se queja? ¿No debería llorar?..
Todo está bien. Y un susurro, de madre a hija: Bienvenida, mi amor, no sabes cuánto te esperamos.
Después de eso... minutos fugaces. La miden, la pesan, la envuelven... Armando la carga, le susurra cosas que yo no oigo. Lo veo ser padre.
Hoy se cumple un año del trece de septiembre. Mañana Alejandra cumple un añito de vida. Lo celebramos desde hoy. Ésta era una historia que le debía... y aquí se la dejo.

2 comentarios:

Mae Ortiz dijo...

ay qué lindo...
sniff
(aparecé por skype que quiero saludarlos en algún rato)

mòmo dijo...

mae está tomando nota, jeje. Un besazo a la familia entera.