Alejandra ha aprendido a ponerse de pie. Se agarra con fuerza de cualquier cosa que esté a su alcance y se impulsa. Lo más natural es que un niño haga eso con los barrotes de su cuna. Pero la cuna de Ale no tiene barrotes. De manera que sólo puede hacer este ejercicio cuando está afuera, cerca de algún mueble. Ha tratado sin embargo de desarrollar una técnica para pararse desde el fondo de su cunita de viaje. Se pone de rodillas y empuja las manitos contra la rejilla. Hace fuerza con las piernas y empieza a subir inclinando su cuerpecito. La verdad es que no ha tenido éxito. No logra llegar hasta arriba y agarrarse del borde para sostenerse de pie. En ocasiones se resbala y cae lentamente rasguñando la rejilla. Se la puede ver desde el otro lado, tratando de aguantarse con la boca y los dientecitos. En otras oportunidades consigue la ayuda de alguien que, pasando por ahí, le echa una mano y le da el impulso para llegar hasta el borde y sostenerse. En esos momentos pone una sonrisa plena, exitosa. Y se sotiene mirando hacia arriba, buscando la complicidad de quien la ve. Es entonces cuando empieza a correr el tiempo: todo el que pueda aguantar sostenida. La expresión de éxito dura hasta que cae, ahora, desde las alturas.
Pero así son los niños: sabe que basta con volver a empezar. Mi hija testaruda pronto podrá ponerse de pie por su cuenta.
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