Encontré un amigo en el avión: un estudiante de ingeniería de la Universidad de Navarra, venezolano, venezolanísimo, que se fue a probar suerte haciendo la carrera en el exterior. Pronto nos pusimos en confianza, y me preguntó cómo había sido la vuelta después de vivir afuera. Desplegué mi discurso que-no-ofende-a-nadie, que considera los argumentos del que emigra y que consiente la alegría del que se decide a volver. Le dije que en definitiva aprendimos a valorar lo mejor de aquí y lo mejor de allá, y al final, muy al final, me permiti ser sincera y le dije que no cambio mi tierra por otra y que no soporto vivir lejos.
Era justamente lo que él estaba buscando. Mi discurso racional se dio de golpe con su sensación de vuelta: y ese olor de La Guaira, es como el olor del calor… apenas bajar del avión me hace sentir en casa.
Que alegría concretar la añoranza en el encuentro con la familia, con la cama, con la cocina, con el techo de la habitación que se mira antes de dormir, con la mesa, con el salón… con la vida que habita en mi casa.
Diario de Molinoviejo (V)
Hace 1 año
4 comentarios:
me la paso diciéndote que te exilies, que te vengas pa´el sur, pero es medio en serio/medio en broma, porque no hay como CASA, si lo sabré.
No tiene nada que ver una cosa con la otra... es esa sensación del hogar lo que me cautiva... pero vistas las cosas, si hay que huir, hay que huir...Además, no te olvides ¡de que quiero ser argentina! jajaja
sí, obvio, quién no quiere ser argentina? (qué frase patética!)
te quiero
Vivir en otro país es una experiencia buenísima y de hecho aprendemos a valorar lo mejor -y también lo peor- de cada lugar.
Pero no hay nada como estar en nuestra tierra, con nuestra gente, nuestras costumbres, nuestra comida... y nuestro calorcito.
El problema es que ya resulta imposible no echar de menos a los amigos y paisajes y costumbres del otro país.
Un beso.
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