Hace un par de semanas leía "Tres tazas y nada de caldo" en el ya muy famoso blog de Yoani Sánchez. Me preguntaba con dolor cómo es que los habitantes de todo un país pueden vivir sabiendo que se hallan presos en un territorio y que dependen de la autorización de alguien sin rostro para poder visitar otra nación. La sola idea me deja atrapada pensando en que el ser humano nunca está a salvo del todo de sí mismo.
Un día después, me hallaba sentada debajo de un kiosko de fiesta, haciendo la fila para poder acceder al servicio de "atención al público" de la Comisión de Administración de Divisas (CADIVI). Mientras hacía la fila, intentaba ver algo positivo: la chica que da los números es simpática, sus uñas acrílicas con dibujos de colores no están tan mal, qué bonita esa camisa roja y su gorra con propaganda, que solidario dejar pasar a los de la tercera edad, qué bonito este salón donde uno pasa a ver la señal de VTV... Pero en el fondo no estaba haciendo allí otra cosa que sacar un permiso para viajar, lo que desde cualquier óptica no tiene nada de positivo.
Aunque soy estudiante de doctorado y debo viajar con el único fin de hacer una estancia de investigación en Pamplona, no hay manera de que dentro del gran elefante que es Cadivi, alguien entienda que no puedo tener registro consular porque ¡no estoy viviendo allá!
Digan lo que digan, en Cadivi no quieren darme el cupo que me corresponde. No es tan difícil entender mi caso, entre otras cosas porque es moneda diaria entre los estudiantes de doctorado. Si no me dan el cupo para comprar moneda extranjera, no puedo hacer la estancia de investigación... ¿no es eso restringirme la salida del país, por el simple hecho de que no tengo suficiente dinero para comprar euros en el mercado negro?
Parece que exclusión siempre ha habido, lo que pasa es que ahora los excluidos somos nosotros.
Diario de Molinoviejo (V)
Hace 1 año
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