Ayer tuve la oportunidad de escuhar al Rector de nuestra universidad dándonos lineamientos para enfrentar el nuevo año lectivo. Nos contaba que en estos tiempos hay tres coordenadas terribles que están ensombreciendo nuestra existencia: la dictadura del relativismo, la cultura de la muerte y la sombra de la mentira, que se extiende al mejor estilo de las fuerzas de Saurón en
El señor de los anillos. Pero el Rector nunca se queda en lo negativo; nos dio un motivo para estar animados: hay mucha, mucha, mucha gente buena, buena, buenísima. Si no fuera así, no sería posible que esta humanidad se mantuviera en pie.
Salí sin duda entusiasmada. Somos, quienes tratamos de hacer las cosas bien, una gran contrafuerza que equilibra el mundo, cada vez más pesado de la retroalimentación de sus errores.
Al salir de la charla regresé a lo cotidiano. Fui a buscar a Ale al colegio; luego, tuve que cruzar la ciudad entera para buscar a mi mamá a su trabajo y después, a la vuelta, depositarlas a las dos y volver a la Uni. Cuando veníamos ya de regreso, en plena Cota Mil, se me dañó un caucho. El carro empezó a sonar y pudimos hacernos a un lado, rodar unos metros, y deternos en el hombrillo a corroborar nuestra intuición: hacía falta cambiar el neumático.
Accidentarse en Caracas significa pisar con el sigilo del filo de una navaja, las elevadísimas estadísticas de quienes han sido víctimas del hampa.
Abuela-madre-hija-bebé/en/camino, a un lado de la vía, dispuestos a cambiar un caucho.
Y allí apareció un buen hombre, en una pickup, alerta porque mi accidente también podía ser un señuelo del hampa, ofreciendo su ayuda. La aceptamos sin dudar. No tuve siquiera que ensuciarme las manos: al cabo de diez minutos había cambiado el neumático, guardado las herramientas y se había negado a aceptar ningún tipo de retribución distinta de toallitas húmedas de bebé para limpiarse las manos.
Nos montamos en el carro, agradecidas con Dios, viendo partir en aquel automóvil a uno de esos que sostiene con sus buenos actos a la humanidad entera, sin siquiera notarlo.
2 comentarios:
Un buen samaritano. Son legión, ¿sabías?, pero normalmente no se hacen notar. Solo aparecen cuando los necesitas. Gracias a Dios, yo también me he topado con unos cuantos.
¿No ves? De Caracas se pueden sacar miles de anécdotas bloggeables...del hampa y de ángeles, como aquel.
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